El sonido de los aplausos retumba en el estadio, los ojos se llenan de colirio mientras el botín soba a la pelota; los tacos sobre el balón y el mundo entero inhala, el reloj se congela, la mente espera, y el rival reza. La gracia se tiñe de Rojo o Blaugrana, con el “6” o el “8”, se ve a través de su piel, no en vano alguna vez le dijeron Gasparin, pero una vez que los ojos cruzan el cuerpo que amenaza fragilidad, aunque ya nutrido por las vitaminas del fútbol elitesco, solo se vislumbra un modelo de jugador en la distancia, con un eslogan al oído, símil de la abstracción del éxito: “Iniesta es un tipo ejemplar”, y es que no basta con ser buen jugador, el manchego encuentra felicidad en el bienestar de todos su roles, y nosotros, hallamos alegría en sus jugadas.
Siempre sin fotógrafo personal; así empezó a despuntar aquel chaval, que cuentan, era perla de elogios en la Masía. Para el año 2006, post mundial, el Barça de Rijkaard, iniciaba el trayecto final del tobogán, la bajada se hacía pronunciada, y ante la cruz de lesiones de Lio, solo eran luz regular, el chico bueno y el capitán. Junto a todo lo que es Puyol, Andrés, ya mostraba ser base del club que lo vio crecer.
“Gooooooool” Un pequeño país en las mieles del deporte se consagraba mediante un grito. Don Andrés, marcaba el gol que le permitiría a Casillas sentir la temperatura de la Copa del Mundo entre sus manos. Una lástima, pensé, que ahora solo se le recuerde por la pequeñez de ese gol, insignificante ante la grandeza humana y deportiva de un ejemplo de crack mundial.