Criado
en la jungla adquirió un instinto natural de supervivencia, mediante la voz de
su autosuperación y la fuerza muscular de unos brazos que suelen mantenerse en alto,
por eso, su carácter es el de un animal domado, feroz, rudo, el tipo con el que
nadie se quiere meter, el tigre que te puede morder y que se domó en la ciudad,
por su inteligencia, por sus buenas costumbres, por su saber andar y entender
que cubierto usar para cada comida. Ruge un león africano vestido con saco y corbata,
ruge un león que sabe de matemáticas, ruge la fiera que en sus ojos dibuja la
forma más completa para encarar al fútbol y al mundo.
Así,
camina firme, mirada baja, entra en transe y ve pasar toda su vida frente a sus
ojos, desde su debut, allá por el 98, seguido por todo su trayecto en Francia:
Le Mans, Guingamp y Marsella; y hasta ve el rostro de nostalgia de un niño que
pasea su infancia entre la tierra del amor y su África natal. Pone la pelota en
el piso y está vez no es un comercial de la Nike, no verá, o puede que sí, las
variantes de un resultado positivo frente a las de uno negativo; está vez,
cuando la pelota bese al círculo blanco, sentirá, como una nube de claridad
sube por su cuerpo. Sube la nube y queda todo en blanco, las piernas del león
se tensan y su buen entreno le libera la cabeza.
Se
acomoda, sigue firme, ya está lejos de ser un niño, de ser la figura que
prometía goles en su llegada durante aquel verano del 2004, está lejos de
ser esa joven promesa marfileña; hoy es más que un león maduro, es más que un
hombre, es el ser humano en estado pleno.
34
años de carreras resumidas en una de unos pocos segundos, su pie se acerca a
penetrar la válvula vaginal de la pelota, puum; tímida va en dirección a la red
y ni siquiera el rival de turno prevería la dirección del proyectil. Suave, el
balón toma camino y encuentra una esquina aislada… Drogba corre entre lágrimas,
como si nunca hubiese preparado celebración a un acto que seguro más de un
millón de veces habrá imaginado. El primer abrazo es con el hombre del casco,
ese que entre sus manos salvó lanzas punzantes al corazón blue.
Ya
sin camisa, el otrora niño de la selva, no sabrá que pensar, solo siente, siente
muchas cosas. Muchas veces que estuvieron cerca y ahora su negra mano le ofrece
el camino al paraíso a un conjunto que se alzó en la gloria orejona durante la temporada
quizás más irregular y extraña desde que inició su glorioso ciclo de crecimiento;
y quién sabe si Didier Drogba pateó la última pelota con ese escudo en su
pecho, quién sabrá si a sus 34 años el destino le augura un último pasaje a las
caricias de otros éxitos lejanos en el momento que le resulta más rentable al
club venderlo.
Ha
mutado y crecido, es su propia versión mejorada; se rinde a la afición que algo
de cariño le ha dado, a su vez que estos lo ovacionan, como sellando un: “gracias
y que te vaya bonito, pero muchas gracias de verdad…”, entonces Román Abramovich
por fin podrá dormir tranquilo, y que luego estudiemos el partido, porque si
cuando el Bayern eliminó al Madrid, los bávaros celebraron con habanos, hoy, el
magnate ruso, se fumará un billete de 100 euros al darle la mano al hombre africano, al hombre de
la selva...
Para leer: Lo juro.
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